Muchos años después de que el ‘calcio’ fuera veneno, el Real Madrid encontró el antídoto o su ‘piccola vendetta’ con una Roma que casi vuelve a rociar con arsénico el Bernabéu. Su primera parte, absolutamente rabiosa, puso a pruebas las entrañas de Keylor Navas y sobre todo, el estómago de Zidane que, convulso en la banda, no parecía tener soluciones para el repaso que le daban los centurianos romanos.
Dzeko falló al escapársele la cicuta, Salah falló al no encontrar el arsénico y el Madrid no pudo ni tomar un baño, una lavativa para limpiar su estómago. Por calidad de juego se lo había ensuciado bastante la ‘squadra’ de Spalletti, que demostró ser un buen general romano.
Eso sí, Zidane tuvo sus mejores gladiadores. Casi todos lucharon, porfiaron, se entregaron a la lucha. Quizá James parecía perdido como un astronauta en el cosmos, pero los demás trabajaron sin orden, sin conexión con la lógica futbolística, sin un esquema estable en el juego. En eso, el general romano dio una lección de estrategia a Zidane, que me sigue pareciendo sólo una ex-estrella del fútbol. Todavía no es un profesional del banquillo.
Sólo hacía falta ver que sólo con Pjanic y Keita el estropicio que causaba en Kroos y, sobre todo, en Modric, cada día más lento, cada día más lejos de la posibilidad de ser un centrocampista. Entre la médula blanca y la retaguardia con el soldado Pepe, el abismo. Era donde Roma preparaba la cicuta.
Algo milagroso ocurrió para el Real Madrid. De repente, probablemente lesionado, Pjanic no compareció en el terreno de juego. La Roma se fundió en su propio caldo de cultivo letal. Perdió el centro del campo, aunque aún así clavan dos o tres dardos en la retaguardia blanca. Una vez más la Roma demostraba que, como dice Totti, no logra golear ni al arcobaleno.
Lucas Vázquez, coreado por la grada exigente, logró irse, centrar y Ronaldo empujar, que eso sí se le da bien. Sin Pjanic, sin más veneno en la mochila y sin posibilidad de resucitar, la Roma quiso quemar finalmente a sus centurianos, con el máximo esfuerzo de la despedida de la Copa de Europa.
Mucho tendrá que seguir rezando el Madrid para continuar una eliminatoria más en su querida Champions. Al final la Roma sólo dijo: ‘Ave, Real’. Y de vuelta al Capitolio a soñar con lo imposible, como Gambardella, el personaje de Sorrentino, en La Gran Belleza. Eso sí, perdida en Madrid.
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