Según fuentes directas del representante del Bale, el ínclito Jonathan Barnett, Gareth Bale vuelve a batir un récord económico, superior incluso al narciso Cristiano Ronaldo. Según fuentes inglesas, el galés cobrará a sus 27 años, la inmoral, mejor dicho, la amoral cifra de 320.000 euros a la semana, que es como a los británicos les gusta manejar los salarios.
El nuevo contrato de Bale, de seis años de duración, hasta el 2022, le cuesta a los socios del Real Madrid la impúdica cantidad de 500 millones de euros. Récord mundial absoluto. Por encima de Pogba y, desde luego, de Ronaldo, pero peor es lo que se avecina. No se asusten, el próximo anunció será el de Cristiano Ronaldo, justo por el doble. Es decir, mil millones de euros para un jugador en el claro ocaso de su carrera.
Por encima de valuaciones técnicas, sociales o de mercado de oferta y demanda, que dos jugadores se lleven estas cantidades, simplemente, es obsceno. El fútbol no puede ser el mundo de la “folie”, una locura siniestra indecente.
Es la nueva táctica del pésimo secretario técnico del Real Madrid, llamado que le ha dado por renovar hasta Chendo y Cherishev, hasta que al final ha sabido que este último ya no pertenece al club blanco. Es el delirio de un presidente que quiere convertir al equipo madridista en un odioso Herodes, que edifica el templo del dinero para rezar fútbol , un Taj Mahal, casi un mausoleo que entierra el fútbol para convertirse en un mercado de especuladores.
El caso Bale es un error y un horror. Bale jamás triunfará en el Real Madrid. Está señalado con un estigma. Desde que llegó sólo le han dicho que es un herniado, cojo de una pierna, un reflectario, un anti-compañero y quiere oscurecer al narciso del equipo. En Vitoria, sin ir más lejos, Zidane le castigó con el cambio cuando era el mejor de su equipo, mientras que los mandarines de juntar letras decían o los ilustres pazguatos de que “sigue sin ir a crack”, mientras medio mundo le vota como uno de los cinco mejores jugadores del mundo.
Para decir la verdad, Gareth Bale tampoco se esfuerza en integrarse a Madrid. Sigue sin aprender español, apenas se relaciona con sus compañeros lejos del vestuario y vive aislado con su mujer y sus hijos en una especie de jaula de diamantes, en la que sólo le conduce una puerta hacia el club de golf.
Por otra parte, es absolutamente imposible que mientras Ronaldo sea el gallo del corral blanco jamás podrá cantar su “kikiriki”. Ni en inglés. Pero el secretario técnico puede tirar el dinero que le de la gana de los socios madridistas, mientras maneja un senado tan decimonónico, rancio y trasnochado. Además, es imposible acercársele como no mandes más de cien millones de euros. Pura democracia. Allá películas galesas.
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