No he visto jamás un versión de la selección brasileña tan horrorosa como la que encabeza el torpe técnico Dunga. Sin personalidad, sin un sistema definido táctico, sin mordiente y sin talento. ni siquiera jugadores estrellas. El pobre gol de Robinho fue un churro con bote incluido antes de entrar, como si presagiara todo un desastre de Brasil.
Ya no es que falte Neymar o deje de jugar. No hay plan en Brasil. Es una selección que se ha paseado como un fantasma por los Andes. Como el Ukumar, el famoso Yeti de los Andes.
Aunque volvimos a tropezar con los penaltis, esta vez, el que no mereció jugar a la ruleta rusa fue una codiciosa Paraguay, que es la peor selección que le ha podido tocar a Argentina. Francamente, la selección de Asunción sube a los cielos con un equipo de excelentes jugadores como Benítez, como Romero. Muchos más frescos. Más preparados para poder llegar a la final.
El gol de Robinho no se lo había merecido Brasil. Durante más de setenta minutos, Paraguay siempre tuvo a los brasileños bajo su bota militar. No es un fútbol de toque-toque, sino más bien de pases largos, perpendiculares, directos al área enemiga. Y justo en uno de ellos, en una especie de globo, a Thiago Silva se le ocurrió meter la mano, a pesar de que el veterano Roque Santacruz no podía rematarlo y de penalti, Paraguay se tiró a la yugular de los brasileños. No es la primera vez que Thiago mete la mano donde no debe. Es un gesto excesivamente repetido en el que fue uno de los mejores centrales del mundo.
Curiosamente, en la última Copa America del 2011, Paraguay también mandó a Brasil a Pernambuco, como ahora, por penalties. Es la tradición. Y si hay balance, la balanza de la justicia del fútbol, en ningún momento Brasil hizo una jugada de gol ni un percance en el área rival. El fantasma, el Ukumar que nadie ha visto. Ignoro como el Liverpool se ha atrevido a pagar 40 millones de euros por una sombra chinesca, en forma de ariete que es Firmino. Ni siquiera disparó a gol en todo el partido.
Desde niño me ha maravillado el fútbol brasileño. Desde Pelé, pasando por Garrincha, Romario, el gordito Ronaldo, hasta Ronaldinho. Ahora, la nada, la angustia de no tener ni un sólo ídolo que llevarse a la memoria. Quedan las cenizas de un fútbol que se ha convertido en pobre, mezquino, raquítico. Lo que queda de un Robinho en sus últimos suspiros como futbolista. Veremos hasta dónde llega Paraguay. Pero a Argentina no se lo va poner nada fácil. Como los «guaranís» a los portugueses de la Misiones. .
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