Diego Costa fue la estricnina para el método Seedorf. La fogosidad y el oportunismo del brasileño barrieron las dudas que existían sobre el Atlético entre los grandes de Europa. Pero no lo pasó bien.
El equipo de Simeone se salvó en el primer período por las fabulosas acciones de Courtois —este sí que es el mejor portero del mundo— porque el Milan, como una estrella que se escapa por los agujeros negros del cielo futbolístico, todavía tiene esos destellos intermitentes. Sobre todo, por un íncreíble Kaká, al que todos dábamos como un planeta apagado. Dos tiros en los palos comprometieron seriamente la credibilidad del Atlético en Europa.
Pero el Milan de Seedorf acabó todas sus reservas en el primer período. Debieron de echar espuma por la boca, un desentrenado Essien, un conflictivo De Jong. Y, sobre todo, se apagaron la luminosidad de dos jugadores claves como Balotelli y Kaká.
Diego Costa cabecea a la red el gol del Atlético en San Siro. (Foto: Afp)
Fue entonces cuando apareció el fiel espejo comunitario de Simeone. Con Gabi y Koke resucitados, con Diego Costa como una flecha envenenada, una pesadilla para Rami. Sólo le faltó la chispa del gol y, finalmente, apareció Diego Costa, el jugador más importante del Atlético, a pesar de ser un 'rebotado' de las falacias del fútbol.
Pero en ningún momento lo pasó bien este Atlético que anda como animal cojo, todavía renqueante de las constantes batallas. Falta frescura. Pero comparado con el Milan de Seedorf, parece un equipo formidable, recio y mejor preparado físicamente. En definitiva, mejor equipo en todas las dimensiones futbolísticas.
El Atlético, candidato a ganar la Liga, también puede presumir de ser un candidato al triunfo en la Champions, que es el torneo de los torneos. Sólo nos queda la duda de si otra vez, ante tal cúmulo de compromisos, el Atlético puede volver a coger otra pájara como en la Copa. Todo es querellable.
En cuanto al Milan. No hay que darle por muerto, porque es un equipo que tiene la factura europea de un campeón veterano. Pero, sinceramente, ni el efecto Seedorf, ni el milagro Balotelli, ni la magia brasileña de Kaká pueden salvar a este Milan. Así que: "Bye, bye, Berlusconi". Ya no tiene ni equipo, cacique.
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