No me creo a Mandzukic. Sobre todo, en jugadas decisivas en el área. Pero puede que la decisión del irregular y falto de personalidad Pérez Montero haya querido premiar los lloros del técnico del Villarreal. Un Marcelino de pan y vino, que por fin ha obrado el «milagro» de que el Manzanares ya no sea algo invulnerable, absolutamente indestructible.
Sinceramente, creo que al Atlético le ha pesado una enormidad el esfuerzo de Turín. La Juve le ha pasado factura, porque la estructura táctica de los rojiblancos de Simeone depende mucho de la fortaleza endémica, de su manera de apostar por la presión en el terreno de juego. A partir del minuto 60, el Villarreal parecía un equipo fresco, redondo y el Atlético se enredaba en un terreno fangoso, en el que le pesaban excesivamente las piernas.
Recuerdo que en el minuto 82 del lance, los castellonenses todavía ejercían una presión a la defensa del Atlético absolutamente sorprendente, como si todavía se jugaran los primeros minutos. Me llamó la atención y poco después, la joya argentina Vietto acabó con Simeone, uno de sus padrinos. Excelente jugador Vietto. Rápido, técnico, que desnudó las carencias de Godín, inconmensurable en ataque, pero con una cintura de los centrales de los años 50.
Es decir, que tengo que darle la razón al cholismo, una religión infalible, cuando advertía que esta temporada hay que mirar al Valencia, al Sevilla. Jamás al Barcelona y menos aún al Real Madrid. Tenía a tiro al Barcelona y lo ha dejado escapar. Me temo que esta vez sin remisión, a pesar de que Luis Enrique es el peor entrenador del Barcelona desde los tiempos de Serra Ferrer. Sólo un aprendiz a brujo torpe.
Siento por el Atlético que no puje por esa Liga bicolor, absolutamente capitalista y, en el fondo, aburrida. La competición debería ser otra cosa que la Liga española, la Bundesliga alemana. El dinero de las televisiones ha pervertido con saña la competición del fútbol. Lo ha amañado en favor de los poderosos.
Tampoco quiero quitar méritos a nuestro Marcelino Wajda del fútbol, que hizo el milagro del Manzanares. Planteó con mucha soltura el partido. No le dio metros al Atlético. Ni siquiera le dio tregua con el peligroso tema del balón parado. Encima tuvo más poderío físico en el momento determinante, cuando se suelen ganar los partidos trabados con el cerocerismo. El Atlético se ahogó en el Manzanares. No sucedía desde hace mucho tiempo.
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