En Euskadi el nombre más popular y el que más se repite es el de Iker. Pero con el paso de los años el nombre de Unai gana en popularidad y asciende vertiginoso a ser el más popular. Unai significa 'pastor de vacas'. En terminología castellana, habría que dejarlo como pastor.
Unai Emery, con la Europa League en Varsovia.
¡Qué gran pastor es Unai Emery! Para muchos entrenadores ya es la estrella más rutilante en el mundo de los técnicos. El mejor entrenador del mundo. ¿Quién ha vuelto a descubrirlo? Pues, simplemente, Monchi, un director de fútbol que más que un mago es un descubridor de minas de oro, el mayor espeleólogo futbolístico que he conocido a la hora de descubrir auténticos diamantes en el fútbol.
A veces, Monchi descubre gemas en el lodo sin que se sepa cómo tiene ese sexto sentido. Dicen que es más fácil encontrar diamantes para el Sevilla que para un grande. Pero eso es, simplemente, irresponsable. Sólo con esta final, como campeón, el precio de Unai Emery, Rico, Vitolo, Krychowiak y, sobre todo, Bacca alcanzan precios increíbles.
Bacca es el ariete soñado por más de dos docenas de equipo de los grandes. Más apagados por los años como Falcao, Agüero, Drogba, Ibrahimovic, etc. Sólo aparece Diego Costa como el único un escalón por encima del colombiano. Bacca hizo dos goles de absoluto killer del área. Un pistolero infalible, letal, sin piedad.
Y eso que el Sevilla salió con miedo a perder, porque quizá sabía que era muy superior al Dnipro. Un equipo, no obstante, que demostró que nadie le había regalado ser finalista. Un conjunto incómodo, rebelde, muy segregador, con un gran portero y ese Rotan, magnífico mediocentro, enorme jugador y con talento.
La aventura y el éxito del Sevilla no tiene precedentes. Ensombrece incluso a las odiseas del Atlético de Madrid con Quique Flores y Simeone. Nadie ha hecho lo que ha conseguido el Sevilla en un torneo que no tiene la patente de corso de la Champions, pero que es un torneo muy largo, perezoso, incómodo, con pequeñas ligas, con partidos de eliminatorias. Una competición muy complicada, como si ganar fuera un maldito laberinto de espejos. Y el Sevilla ha encontrado la salida por dos veces consecutivas y con un mismo pastor, el gran Unai Emery. Muy gesticulante, muy visceral, pero un enorme pastor de fútbol.
Unai me recuerda ahora mismo a aquel joven técnico llamado Rafa Benítez que le robó la Champions al gran Milan de Ancelotti, con un Liverpool que era bastante inferior. Era un Benítez con savia joven. La misma que corre ahora por las venas de Unai Emery. Por eso, el pastor se ha cargado al incómodo Dnipro y nuestro ínclito Benítez perdió la semifinal con los ucranianos. Y no digo más, aunque como colofón podría decir que, en teoría, el Nápoles tiene más estrellas que los jóvenes diamantes del gran Monchi.
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